Diariamente miles de personas están abandonando sus países, en busca de una vida mejor, ni siquiera ya por el sueño americano. Las caravanas de inmigrantes siguen avanzando y con ellas, también centenares de historias que explican el por qué de este éxodo masivo. La historia de Brittany es una de ellas. Su caso en particular trata de vivir o morir. Su relato es más común de lo que esta sociedad puede creer.
Nancy Águila/ Memphis
“Mi nombre es Brittany. Salí de Honduras hace dos años y medio, pero me quedé viviendo en México, en la ciudad de Guadalajara. Cuando supe hace siete meses que desde Puebla saldría una caravana hacía Estados Unidos decidí unirme.
“Es verdad que en México hay oportunidades, pero no para todos nosotros. En Guadalajara tuve que prostituirme para poder sobrevivir, pero quería una vida mejor, un trabajo digno. Como sexoservidora me exponía a que me mataran, y por más que lo intenté, no pude encontrar un buen trabajo. Era golpeada, y la policía no nos ayudaba, había demasiada corrupción.
“En Honduras fui víctima de trata y de pornografía infantil a la edad de 13 años. Nos tenían a varias personas secuestradas en una casa, ahí estuve cautiva durante tres años. Nos drogaban y grabaron un video donde nos estaban violando. Un amigo mío nos ayudó a mí y a otra víctima a escapar, pero a él después lo mataron.
“Cuando por fin logré escapar me metí a una casa hogar. El ministerio público me encontró por el video. Como víctima de trata de personas me pidieron que colaborara con ellos. Las autoridades de mi país nos dijeron que nos ayudarían y protegerían, pero no fue cierto.
“Constantemente recibía amenazas por Facebook. Nos querían matar porque éramos testigos protegidos y los habíamos reconocido, así que decidí huir. Me fui caminando hasta México; para en dos años y medio después unirme a una de las caravanas con camino a los Estados Unidos.
“Me partió el corazón viajar en esa caravana. En nuestro trayecto cada pueblo al que llegábamos nos abría sus puertas. La mitad del camino fue dura y la otra mitad fue buena. No importaba si había lluvia o sol, la gente de México siempre nos recibía con comida.
“Lo difícil era el recorrido en el tren. Ahí había muchos niños enfermos, fue una experiencia única y dolorosa al ver el sufrimiento de las personas. Gracias a Dios también iba mucha gente de aquí (EEUU) que viajó a México para explicarnos con qué nos íbamos a topar.
“El grupo que viajábamos de la comunidad LGBT tuvo mucha respuesta y apoyo de la gente. Colectivos mexicanos LGBT nos llevaban víveres para nosotras, en verdad no me puedo quejar.
“En el trayecto de la caravana me hice amiga de otra chica transexual, Roxana, que también era hondureña. Ella venía muy alegre, compartimos asiento en el camino, pero de repente recayó.
“En la frontera de Tijuana pedimos asilo. Ya en Estados Unidos nos metieron en “la hielera” (prisión de ICE) por una semana. Roxana comenzó a ponerse mal. Les decíamos a los oficiales que ella estaba enferma. Roxana temblaba y se revolcaba en el piso. La celda estaba muy fría y su respuesta fue ponerla aún peor.
“Ella ya ni siquiera podía caminar. Le dábamos ánimos y nos decía “ya siento que me voy”. Roxana fue trasladada con nosotros hasta un centro de detención en Texas. Allí se puso muy mal y un oficial de migración nos gritó que por qué veníamos aquí, que nos quedáramos a morir en nuestros países.
“Cuando ya la vieron muy mal fueron por ella. La llamaron por su nombre, pero ella ya no respondía. La cargaron entre dos, estaba ya muy grave. Se la llevaron y nunca la volvimos a ver. A los días nos enteramos de que había muerto. Recuerdo que cuando veníamos para acá le pregunté que qué quería hacer de su vida, y me dijo «quiero trabajar, cumplir mis sueños, ayudar a mi familia». Roxana ya tenía bastante tiempo en México, ella quería algo mejor para su vida.
“Las chicas trans no tenemos oportunidades ni en nuestro país, ni en México. Por eso emigramos, para tener una vida digna.
“En el centro de detención nos pusieron un uniforme azul. Afuera había un grupo grande de personas peleando por nosotras. Los sponsors no dejaron de apoyarnos. Salimos del centro tres meses y una semana después. Ahí adentro nos decían que podíamos estar encerradas hasta por un año, pero salimos antes.
“La muerte de Roxana fue un golpe duro para todas nosotras. Conviví con ella desde que salimos de Puebla. En la comunidad LGBT todas somos una familia.
“Cuando pienso en el futuro me veo como una activista que pelea por los derechos de la comunidad LGBT y de los niños. Todo lo que me propongo, aunque me ha costado mucho, lo he logrado.
“Me veo como una defensora de los derechos humanos, y algún día quisiera regresar a mi país para pelear por esos niños que están viviendo lo que yo viví.
“A mis compañeros de Centroamérica, me siento, no quiero decir avergonzada, pero no pueden ir a quemar garitas como lo hicieron al entrar a México. Tienen que pedirle a Dios que no nos deje solos, porque si nosotros venimos, es porque no podemos hacer vida en nuestros países. Y a los de aquí, les pido que no nos vean como delincuentes, sólo venimos a buscar una oportunidad, pónganse unos minutos en nuestros zapatos y así nos podrán entender”.
Brittany tiene una cita a corte en enero de 2019 para pelear su caso de asilo. Está viviendo temporalmente en Memphis, pero pronto regresará a New Orleans, su lugar asignado, para defender su caso. Su compañera de viaje Roxana murió el 25 de mayo en el Centro Médico Lovelace (LMC) en Albuquerque. Según un comunicado de ICE, la inmigrante fue enviada al hospital por síntomas de neumonía, deshidratación y complicaciones asociadas al virus del VIH.