La historia tiene periodos en los que los eventos ocurren en vertiginosa sucesión, en los que las acciones humanas se aceleran haciendo espirales hacia la oscuridad, en los que la vida transcurre en un estado pendular entre el estupor y el vértigo. Justo como ahora, aunque no todo el mundo note los efectos de igual manera.
Si se forma parte de la comunidad migrante en los “Estados Undidos”, en estos momentos se vive bajo la amenaza constante, el ataque directo diario, la incertidumbre sobre si el día acabará como empezó. Mientras, muchas de las personas a las que no les afectan directamente las crueldades del momento, siguen viviendo, con horror, o en un dignificado estado de shock, como la orquesta del Titanic, o mirando hacia otro lado, aunque quedan pocos rincones a los que mirar donde no se pueda ver la podredumbre. Es inevitable concluir lo que la realidad nos dice a gritos cada dos minutos: este barco se hunde.
Sin embargo, no se hunde igual en todas partes. Hay estados menos hundidos donde la comunidad migrante está más protegida, reconocida y respetada. Hay estados que proporcionan la oportunidad para que todas las personas que viven ahí puedan sacar una licencia para conducir, por ejemplo. Estados que han legislado no colaborar con ICE. Y, aunque con esta maldita agencia federal no se puede estar seguro en ningún lugar de este país, hay sitios donde se puede vivir con menos miedo, en comunidades rodeadas de gente que activamente se interesa por la comunidad migrante y su bienestar, que se organiza para acoger y proteger a la comunidad migrante.
Pero nada de esto aplica al sur. El sur nunca ha querido a nadie que no fuera blanco, desde el principio, desde que la frontera cruzó a comunidades mexicanas e indígenas al sur de lo que es hoy Texas, Arizona, Nuevo México. Aquí, en el sur, se necesita a la comunidad migrante, pero ni se nos reconoce ni se nos respeta, ni se aceptan otras tradiciones que no sean las creaciones identitarias de la comunidad blanca o aquellas de las que se hayan podido apropiar. Aquí, en el sur sobre todo, se repudia que se hablen otras lenguas, incluyendo las que se hablaban antes de la manufacturación de este país y que son consideradas hoy como “extranjeras”, hasta en las universidades (y esto sin contar con los idiomas nativos de esta parte del continente, mucho más antiguos aún). Aquí, en el sur, no se nos quiere aunque se nos necesite, porque así es como funciona el odio rancio que da lugar a un racismo de edades, pasado de generación en generación hasta constituir el ADN de las instituciones y las leyes. Aquí, en el sur, no se nos respeta como personas, menos cuanto más oscuro el color de la piel.
Así que es hora de hacer las maletas otra vez y seguir en busca de un lugar mejor.
Tal vez les parezca exagerado, pero no lo es; el barco se hunde y se rompe y nos va a atrapar sin salida. Tal vez piensen que a ustedes no les va a pasar, pero consideren si quieren jugarse a los dados que le separen de su familia, considerando que esta mesa de casino está trucada, o arriesgarse a que un cobarde imberbe decida ir a la tienda a estrenar su nueva ametralladora después de dejar su manifiesto anti-inmigrante en las redes. Tal vez les parezca algo imposible, titánico. Pero sí, se puede. Lo sé, y ustedes lo saben, porque ya lo hemos hecho antes con éxito, con más o menos desafío. Cada persona de la comunidad migrante ha dejado todo lo que conocía para irse a un lugar desconocido; sin tener los medios muchas veces, sin conocer del todo el idioma (o nada en absoluto), sin saber si podremos regresar alguna vez.
Recuerden: somos migrantes. Y ser migrante es tener valor, habilidad, resiliencia, inventiva, aguante, esperanza, visión. Somos la esencia de la especie humana destilada a través de miles de generaciones, migración tras migración. Nuestro espíritu es puro y nuestro corazón está lleno de la substancia con la que se fabrica el futuro de nuestra especie.
Somos migrantes. Ya no somos lo que fuimos, y aún no somos lo que llegaremos a ser. Nuestras vidas han cobrado un mayor sentido en el tránsito y aún no tenemos raíces tan profundas que no podamos retomar el caminar y migrar a otra parte donde echar las flores y los frutos de nuestra existencia.
El barco se hunde… por el sur, y es hora de hacer las maletas otra vez e ir hacia otra cubierta más afable, hacia otro lugar donde haya oportunidad de que se nos reconozca y se nos respete.
Buena suerte.
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