Muchas han sido las repercusiones del masivo éxodo que a principios de octubre partió de varios países de centroamérica con rumbo a la frontera sur de Estados Unidos. Siete mil personas, principalmente de Honduras y El Salvador, aunque también de Nicaragua y Guatemala.
Roberto Saborit/ Memphis
Acto seguido el presidente Trump puso a punto 5000 efectivos militares para emplazarlos en la frontera, e hizo gala de toda la incontinencia verbal de que es capaz. A continuación presionó al gobierno de México para detener la caravana.
En las últimas semanas no han sido solo los políticos los que ha despotricado contra esa masa amorfa de emigrantes. Las críticas moderadas o duras, el odio acérrimo o velado contra la amenaza de la emigración, han venido de todas las direcciones o estratos de la sociedades estadounidense y mexicana.
Las manifestaciones han sido igual de duras a ambos lados de la frontera. El estadounidense se siente atacado en su propio suelo, los inmigrantes ya instalados presienten alguna amenaza, los ciudadanos mexicanos ven en riesgo su seguridad laboral y hasta física.
Todos ven en esa caravana a una turba peligrosa. Porque pueden haber violentos, porque son mano de obra excesivamente barata o porque sencillamente no se reconocen en ellos. Puede incluso que alguno este seguro que ese grupo adolezca de algo humano debido a la desesperación que llevan a cuesta.
Han sido muchos los denuestos lanzados contra ese éxodo. Ante la supuesta amenaza los contrarios forman alianzas. El gobierno de México ha ofertado todo tipo de garantías, ofertas de trabajo, incluso posibilidades de asilo, todo para amainar el riesgo sobre la frontera sur de su aliado del norte. México sabe que es un momento crucial en sus relaciones con Estados Unidos, sabe que su respuesta a esta crisis será ponderada hasta sus últimas consecuencias al momento de evaluar el futuro de Tratado de Libre Comercio para América del Norte. Las advertencias hechas por la Casa Blanca al gobierno de México han sido tomadas en cuenta, incluso a riesgo de tener que arrostrar la reprobación de los Mexicanos.
Lo complejo del asunto es que todos llevan un tanto de razón. El Norte no quiere verse invadido, porque está en la naturaleza del Estado-Nación privilegiar a sus nacionales, porque la globalización es entendida como libre tráfico de mercancías y servicios, no de personas.
En los últimos años Occidente ha visto superada su capacidad para recibir migrantes. Los efectos de las políticas globales en materia de economía, medio ambiente, trabajo y desarrollo social, continúan empobreciendo a la porción mayor del mundo. La misma que luego se lanza a conquistar a Occidente, ya sea en embarcaciones improvisadas bogando sobre el Mediterráneo, el Mar Caribe o en largas caravanas que atraviesan America Central.
Pocos hablan de las eternas causas. Hay responsabilidades compartidas entre los gobiernos, partidos, hombres de negocios y pueblo de a pie. Hay responsabilidad en quien patrocinó cada golpe de Estado que debilitaron las democracias de Centro América, desde la que derrocó a Jacobo Arbenz hasta la última que expulsó en ropa interior a Manuel Zelaya. Hay responsabilidad en los corruptos, en los traficantes de drogas o personas.
Ahora mismo todo parece mas un asunto político que humano o histórico. Y la política es pura práctica y objetividad. Estados Unidos no tiene ninguna obligación para con los migrantes. No tiene que mantener sus fronteras abiertas porque es una verdad de perogrullo que si hay violencia en Centro América es porque hay personas violentas. Si hay drogas, bandas criminales bien organizadas, es porque hay personas que las sostienen. Los estadounidenses están en su derecho de dudar, de proteger sus fronteras.
Al mismo tiempo los migrantes están en su derecho de buscar seguridad, una vida mejor, mas digna, en fin: una vida en la que se sientan seres humanos.
No es una cuestión sencilla, no hay verdades a priori. Hay mucha información, historia, sufrimiento humano que dependen de lo que hagamos y de lo que no. Vidas humanas que dependen incluso de lo que pensemos.
Pero el chovinismo se ha apoderado de algunos discursos y conciencias. El chovinismo no pertenece al norte ni al sur, no es un término que pertenece al idioma inglés o al español. Es solo un término, un sentimiento, que se debe repudiar.