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Valentina Henao atiende a víctimas de crímenes violentos en la organización CasaLuz. Su pasión: ayudar a la comunidad hispana.
Trabajadores de la construcción, escritores, músicos, cocineros, funcionarios públicos, empresarios, cantantes, locutores, meseros, artistas plásticos, abogados, médicos, académicos, actores, fotógrafos, periodistas, danzantes, activistas… Los pilares de origen hispano en nuestra comunidad de Memphis se encuentran en todos los sectores, y día a día contribuyen en la economía y enriquecen la cultura de la ciudad. A manera de homenaje a todos ellos, entrevistamos a tres inmigrantes latinos de Memphis, de distintos rubros, para que a través de sus historias reconozcamos el “Latin Power” que fortalece nuestra ciudad.
SEGÚN UN INFORME DE NEW AMERICAN ECONOMY, LOS INMIGRANTES CONTRIBUYERON $4.2 MILLONES AL PIB DE MEMPHIS EN 2015
Nancy Águila/ Memphis
Acciones que cambian vidas
Todas las mañanas Valentina se prepara ir a su trabajo. No sólo con una buena apariencia. En su caso particular la compasión, la comprensión y la solidaridad son tres virtudes que la acompañan para ayudar a víctimas hispanas de crímenes violentos, en la organización sin fines de lucro CasaLuz.
Cuando era niña, recuerda Valentina Henao con nostalgia, “siempre me gustaba jugar con los varones. De hecho, me decían «Cara sucia» como el nombre de una novela, porque me gustaba jugar cosas de niños”.
Esa felicidad de los primeros años se vio interrumpida cuando cumplió 12. La violencia por el narcotráfico obligó a su familia a emigrar a los Estados Unidos, y dejar Cali, Colombia. “Nos venimos en el tiempo cuando asesinaron a Pablo Escobar (uno de los grandes capos de la droga). Su muerte desató una guerra entre cárteles por el poder. A pesar de que usualmente no se metían con la población civil, en esos días hasta detonaban bombas y mucha gente inocente murió”, rememora Valentina.
Las cosas tampoco fueron fáciles cuando ella y su mamá llegaron a este país. “Yo vivía en Colombia una niñez espléndida, y el cambio aquí fue terrible. En mi colegio nadie hablaba español, y compañeros y hasta maestros me hacían bullyng por eso. Le decía a mi mamá que me diera la plata exacta para comprar mi lunch en la escuela y que no me preguntaran nada. Cuando me sentaba en la cafetería, si había otros niños en la misma mesa, se paraban y me dejaban sola. Le pedía a mi mamá todos los días que nos regresáramos a Colombia”, cuenta.
A pesar de que el no saber inglés le causó muchos malos momentos, Valentina decidió tomar cartas en el asunto. “Me comencé a llevar el diccionario para entender lo que me decían. Anotaba las palabras que no conocía, y así, en poco tiempo pude dominar el idioma”.
Su experiencia como latina víctima de bullyng, la llevó por senderos donde ayudar a los hispanos se convirtió en su prioridad. “Cuando trabajaba en la Ciudad de Memphis si una persona latina buscaba un refugio, y no se lo encontraba, me los llevaba a mi casa. No podía dejarlos dormir en la calle”, recuerda. “Ahora, por las políticas de donde trabajo no lo puedo hacer, pero mi meta es algún día abrir un refugio para personas hispanas, que muchas veces no pueden acceder a un lugar para quedarse porque no tienen documentos, o hasta por no hablar inglés”.
Un caso que la marcó fue el de un joven latino que murió en Memphis, y que pasadas las semanas, no había sido reclamado. “Me pidieron (en la oficina de la Ciudad de Memphis) que publicara el caso entre la comunidad latina para dar con el paradero de la familia. Lo compartí en Memphis, y en muchas partes del país, y desde California me llamaron de una iglesia, él era hijo de una familia de esa congregación.
“Cuando llegaron los familiares pidieron hablar conmigo. Recuerdo que su mamá me dijo «si no hubiera sido por ti, quizá nunca habríamos encontrado a nuestro hijo». Ahí me di cuenta que con nuestras acciones, podemos cambiar la vida de una persona”, concluyó.
Un luchador que se convirtió en Guerrero
2. Desde hace 20 años Eduardo Téllez llegó a los Estados Unidos, y se descubrió a través de la danza. Es miembro de Danza Azteca Quetzalcóatl.
Cuando Lalo era niño, soñaba con subirse a un ring y ser luchador. A la edad de 8 años, un 2 de noviembre, Día de los
Muertos, lo atropelló un carro. “No sé cómo sobreviví. Iba con unos amigos a pedir calaverita (trick or treat) y un carro me aventó. El conductor se bajó, se me acercó, me preguntó si estaba bien, medio unas monedas que tiré por la alcantarilla, y luego se fue”, recuerda Eduardo Téllez, miembro de Danza Azteca Quetzalcoatl.
“Tengo 20 años, 5 meses y 2 días que llegué a este país. Me vine, porque me preguntaba si había algo más allá o me moriría viendo lo mismo. Así que un día dejé mi casa, y vine a perderme para volverme a encontrar”.
Cuando llegó a la ciudad se dio cuenta que la comunidad latina en ese entonces era muy pequeña, “no se llenaba un salón con 100 personas, pero se sentía la emoción de que hubiera un compatriota tuyo”, recuerda.
En su búsqueda por encontrarse a sí mismo y no olvidarse de los que había dejado en México, Eduardo asistía cada 12 de diciembre a una iglesia católica de Memphis como devoto Guadalupano. “Necesitaba una plegaria para mi gente que dejé atrás y era una forma de pedir por todos los que estaban lejos de mí”.
En el año 2006, en pleno festejo Guadalupano, conoció a tres danzantes que rendían tributo a la virgen y su baile le impactó profundamente. “Muchas preguntas se contestaron sólo con ver a esas personas danzar. En ese momento me dije que quería ser uno de ellos. Me encontré a mi mismo en la danza, porque me di cuenta que eso ya estaba dentro de mi sin saberlo. Se me facilitaba crear la indumentaria y tocar el tambor”, cuenta con nostalgia.
Aunque Danza Azteca Quetzalcoatl se había creado desde 2001, fue en el 2006 que se consagró. “Además de mí, se integraron cuatro elementos más (uno de ellos su hermano recién llegado), y todos estábamos hambrientos de aprender más y de consolidar el grupo de manera ininterrumpida”, cuenta Eduardo.
Hace no muchos años conoció a su padre, y se enteró que sus deseos de ser luchador venían de su progenitor, que es nada menos que un entrenador de lucha libre. “(Con la danza) entendí que la lucha era conmigo mismo, y este país me dio tiempo para reflexionarlo y comprenderlo”, concluyó.
La casa que nunca fue y que los llevó a su verdadero hogar
Fue un domingo cuando José llegó a Memphis. Ese día su hermano lo llevó a un buffet chino en la Lamar, y de ahí se fueron a comprar unas botas para el empleo que iniciaba el lunes, “y desde entonces sigo trabajando en el mismo lugar. No he conocido otro en 20 años”, cuenta sonriente el señor José Esquivel, acompañado de su esposa Guadalupe Rojas.
José estudió administración hotelera, y por muchos años trabajó en el ramo en la zona rosa, una de las más opulentas de la Ciudad de México. “Mis hijos padecían de su garganta por la contaminación, así que mi esposa renunció a su trabajo y se mudó con mis niños a Querétaro, y yo me quedé en la ciudad”, recuerda.
Su esposa Guadalupe fue secretaria de Luis Donaldo Colosio, un excandidato a la presidencia de México, que fue asesinado en campaña. “Recuerdo que el día que lo mataron, cuando llegué a mi trabajo, mis compañeros ya me estaban esperando para ver qué sabía del crimen”.
José trabajaba extenuantes jornadas, porque quería que su familia se mudara a una zona más acomodada de Querétaro. Fue en ese momento que habló con su esposa y decidió venir a los Estados Unidos, para que, en un máximo de cinco años -calculaba-, pudiera comprarle a su familia la casa que soñaba.
Primero llegó José a Memphis, ocho meses después llegó su esposa, junto con sus dos hijos. Se establecieron, pero para cumplirse la promesa de volver a México, siguieron pagando la renta de su departamento en Querétaro por casi cinco años. “Después de ese tiempo nos dimos cuenta de que no regresaríamos, que en Memphis habíamos encontrado nuestro hogar”, reflexiona.
José es supervisor de la fábrica de pallets donde inició a trabajar hace 20 años. Además, desde hace 13 años tiene su propio negocio, Brincolines José, que dirige junto a su hijo César. Actualmente tiene 30 juegos inflables, y ha llegado a rentar en un fin de semana hasta 19 de sus atracciones. A José se le distingue por su buen carácter, por ser platicador y un buen amigo. Es común que apoye eventos para la comunidad, y a ligas de futbol. En 20 años sólo en dos ocasiones ha salido de vacaciones, lo delató su esposa. Y todos los días, trabaja. Entre semana en la fábrica de pallets, y los fines de semana, en su negocio, pero eso sí, siempre recibe a todas las personas con una sonrisa. “Un día mi hijo me preguntó que si éramos ricos, y le dije «no, sólo somos gente trabajadora»”, concluyó.
Nuestro reconocimiento a todas las Valentinas, Lalos y Josés que hacen que nuestra comunidad hispana de Memphis sea cada día más fuerte.