Reflexionaba hoy con mis estudiantes sobre la celebración del Mes de la Herencia Hispana y, tras escuchar sus comentarios al respecto, pensé que, al igual que ocurre con la identidad de las personas, la identidad de las sociedades es algo complejo: se forma por la combinación de muchas experiencias y cambia poco a poco al paso en el que los eventos se convierten en historia. En este continuo proceso de evolución, las sociedades atraviesan crisis en las que sus señas de identidad se revalúan, generando una tensión que debe resolverse, bien sea a través del conflicto o a base de superación ante eventos de una dimensión y naturaleza desconocidas hasta entonces. Pero lo importante es que, tras este período, la identidad toma una forma modificada y se mantiene más o menos estable hasta la próxima crisis.
En este ir y venir de la identidad de las sociedades a través de la historia, hay generaciones enteras que viven en largos periodos de estabilidad en los que dicha identidad no cambia de manera significativa. Y, sin embargo, a otras les toca vivir en unos tiempos en los que la identidad de una sociedad entra en profunda crisis, justo en puntos de inflexión entre la sociedad que fue y la que será.
No es difícil imaginar que este sea el caso de las generaciones que compartimos el presente momento histórico en la sociedad estadounidense; una sociedad que tuvo en su origen, y por mucho tiempo, una identidad claramente inmigrante pero que, a día de hoy, vive en un profundo conflicto identitario, ya que gran parte de sus integrantes reniega de la misma. Esta nación, que fue fundada por colonizadores y se desarrolló gracias al trabajo de los inmigrantes que vinieron y los esclavos que fueron forzados a venir, que tuvo como seña de identidad el ser una nación de inmigrantes, parece querer dejar de serlo. El mero hecho de que se hable continuamente del “problema migratorio”, de que el tema de la inmigración sea un arma arrojadiza entre los dos principales partidos políticos y que, por los últimos diez años, el número masivo de detenciones de inmigrantes y deportaciones haya sido una constante nos dan una idea de la profundidad de esta crisis de identidad de la sociedad estadounidense en la que, hace apenas treinta años, la fuerte retórica anti inmigrante usada hoy por bastantes miembros del partido republicano no hubiera sido posible. Pero hoy sí lo es; hoy vivimos contínuos ataques públicos contra la población inmigrante y de refugiados, y especialmente contra la población latina en general. Hoy está en entredicho uno de los pilares fundamentales de la identidad de este país y hay que plantearse qué papel jugamos, como comunidad, en el conflicto que esta crisis está generando y cómo vamos a contribuir a ese debate social que debe responder una vez más a la pregunta “¿quiénes somos?”.
Usar nuestra voz para responder a esa pregunta tal vez sea lo más importante en este momento. Debemos definir quiénes somos en esta sociedad por todos los medios posibles; política, económica y socialmente. Y debemos hacer esto sin descanso, porque quienes llevan ya unos años tratando de pintar un retrato retorcido de nuestra comunidad no pierden oportunidades de repetir el mismo conjunto de percepciones negativas, los mismos mitos, en la esperanza, supongo, de que esas mentiras repetidas construyan una verdad; su verdad. Y, aunque ni los datos ni la historia les dan la razón, esas mentiras repetidas les dan una ilusión de verdad, lo cual, en este país, a veces es todo lo que hace falta. Y así, el mito del inmigrante hoy es como el del avestruz: una mentira repetida tantas veces que muchos ya ni la cuestionan.
Seguro que lo han escuchado alguna vez: se dice de los avestruces que esconden la cabeza cuando detectan algún peligro. Pero, ¿se lo han planteado seriamente? Piénsenlo. Cómo es posible que el avestruz, una de las criaturas más rápidas del mundo animal, con unas patas fuertísimas capaces de romper huesos y con un cuerpo de gran envergadura se comporte de un modo que prácticamente garantizaría su extinción. La respuesta a este dilema es sencilla: el avestruz no se comporta así cuando está en peligro. La famosa expresión que relaciona este mito con la cobardía está basada en una percepción e interpretación erróneas del comportamiento de un majestuoso animal que baja la cabeza para ser confundido con un arbusto y camuflarse o mete la cabeza en una depresión en el suelo para revisar cómo están los huevos en su nido. Los mitos sobre los inmigrantes no son muy diferentes de éste y se repiten igualmente sin cesar, igualmente basados en percepciones e interpretaciones erróneas, en el mejor de los casos, o en líneas de pensamiento eugenista o fascista, en los casos más extremos.
Por esto, a pesar de los esfuerzos institucionales por mantenernos invisibles, debemos continuamente dejar saber que estamos y vivimos aquí; que amamos y soñamos y trabajamos aquí; que nos enamoramos y formamos familias y enterramos a seres queridos aquí. Debemos repetir cuantas veces sea necesario que importamos y tenemos un valor, que tenemos derechos, que existimos aquí y ahora.
El gran poeta uruguayo Mario Benedetti escribió que “el día o la noche en que por fin lleguemos habrá que quemar las naves”, y creo que tenía toda la razón. Pero, hasta entonces, debemos dejar claro que, en este barco-nación llamado Estados Unidos de América, los brazos de la comunidad inmigrante reman con fuerza para hacer que la nave avance y eso nos da derecho a ser tratados como seres humanos y personas de valor, cuyas contribuciones son imprescindibles para que esta sociedad llegue a cualquier puerto futuro. Es nuestro deseo que se llegue a un buen puerto, uno que sea más inclusivo y menos violento y, definitivamente, a uno donde no se nos niegue lo que es nuestro por mérito y por derecho.
Federico Gómez Uroz / Memphis