Por Dorimar Cruz
Para Juan Russo, de 35 años, los tatuajes son más que tinta en la piel: son recuerdos, cicatrices sanadas y símbolos de libertad. Nacido en Maracaibo, Venezuela, y con ocho años viviendo en Estados Unidos —los últimos dos en Memphis— Russo cambió el rumbo de su vida tras la pandemia, cuando descubrió en el arte del tatuaje una nueva forma de expresarse.

“Siempre me gustó el dibujo. Después del COVID empecé a practicar en casa y decidí sacar mi licencia de tatuador. Fue una aventura que me atrapó desde el primer día”, cuenta Russo, quien estudió Arquitectura en Venezuela y trabajó como operador de máquinas antes de dedicarse de lleno a la tinta.
Su primer tatuaje fue un ancla que se hizo él mismo, un acto de valentía que marcó el inicio de su camino artístico. “El primer tattoo no se olvida, tenía la adrenalina encima, no quería hacerlo mal. Luego vino un elefante que tatué a alguien más, y desde ahí no paré”, recuerda.
Hoy, Russo ve cada tatuaje como un artículo personal, casi como una joya. “Muchas personas vienen después de una ruptura, para tapar cicatrices, o para recordar su libertad. Recibo muchas mujeres que han sufrido algún tipo de violencia o maltrato y se hacen un tatuaje como recuerdo del cierre de ese ciclo en sus vidas, y hombres que lo hacen como decoración o rendir honor a sus madres. Cada historia es distinta”, afirma.

Aunque en Latinoamérica aún persisten prejuicios hacia los tatuajes —“allá nos ven como maleantes”—, Russo celebra la apertura cultural en Estados Unidos. “Aquí se vive distinto, el tatuaje es también un símbolo de estatus”, comenta. Cuando le preguntamos qué debe mirar alguien que se va a hacer un tatuaje, Russo enfatiza la seguridad y profesionalismo del lugar: “Está certificado por el Departamento de Salud, con licencia vigente, materiales estériles y protocolos de limpieza estrictos. Todo el equipo está cubierto y protegido, uso agua destilada y rechazo cualquier trabajo que esté fuera de mi nivel. La seguridad es primero”, subraya.
A quienes piensan en tatuarse por primera vez, Russo les da un consejo claro: tomarse el tiempo necesario. “Les explico todo el proceso para que se sientan seguros y cómodos. El tiempo que dedicas al cliente es lo más importante. Un tatuaje no es solo un diseño, es una experiencia”, asegura. Para él, la mayor satisfacción está en el rostro de quienes confían en su arte. “Cuando la gente se va contenta, me da mucha alegría. Siempre estaría en el arte, porque el arte es parte de mí. Lo hago por pasión, no por dinero. Puede ser una buena carrera para un artista, si de verdad te enfocas en el arte”, afirma con convicción.
Más allá de su historia personal, Russo es también reflejo de una comunidad que sigue creciendo y aportando a la ciudad. En medio de tantas noticias negativas, no debemos olvidar todo lo que hacemos los latinos en Memphis. Hay tanta gente talentosa, personas que día a día construimos, creamos y soñamos. Somos más los que hacemos cosas maravillosas: trabajadores, artistas, gente que aporta con orgullo a esta comunidad. Sigamos apoyándonos unos a otros, porque juntos somos más fuertes.
Dorimar Cruz/ EL INFORMANTE DE MEMPHIS