Federico Gómez Uroz/ Memphis
A medida que las comunidades crecen y algunas de sus aspiraciones se cumplen, nuevas cuestiones aparecen que antes no se podían ni considerar siquiera. Como comunidad inmigrante, estamos aún luchando porque se nos reconozca, por ser visibles, por tener los plenos derechos que deberían darnos las contribuciones que hacemos a esta sociedad en la que vivimos, independientemente del estatus migratorio de cada persona. La comunidad migrante de Memphis paga impuestos, trabaja para el crecimiento de esta ciudad, abre negocios que mejoran la oferta de servicios y consume como las demás. Sin embargo, como ya sabemos, se nos mantiene mayoritariamente aparte, casi invisibles. Esto lo podemos ver en la ausencia de representación que tenemos institucionalmente, como demuestra el ejemplo de las escuelas del condado de Shelby, donde casi un 15% de estudiantes de nuestra comunidad no está correspondido con más del 1% de personal y profesorado que sea bilingüe y bicultural. Y, sin embargo, a pesar de eso, el número de jóvenes que se gradúan de las escuelas y acceden a la universidad no ha dejado de crecer, debiéndose el crédito de este incremento no al sistema escolar sino a las familias hispanas que siguen trabajando muy duro para dar un mejor futuro a sus hijas e hijos.
Una vez esta generación de jóvenes esté para graduarse, sus familias tendrán que decidir si pueden apoyarles para ir a la universidad. Y, como podrán imaginarse, ésta decisión no es tan fácil y hay muchos factores que considerar. Pero, no es mi intención hoy darles toda la información sobre ese proceso sino apuntar a algunas cuestiones que sopesar cuando estén frente a esta decisión. En ese tiempo, les recomiendo que se hagan tres preguntas básicas: ¿dónde?, ¿cómo? y ¿por qué?.
Una de las características más comunes de las familias hispanas es que nos mantenemos cerca del núcleo familiar. Esto es cierto definitivamente en un porcentaje mucho más alto de lo que ocurre con otros grupos en esta sociedad. Es por esto que la cuestión de “¿dónde ir a la universidad?” es una pregunta que tiene un calado diferente para nuestra comunidad, ya que es altamente probable que la mejor opción no esté siempre cerca de casa. Puede que ni Memphis ni el estado de Tennessee puedan ofrecerles a sus jóvenes las mejores opciones, como le ha ocurrido a un grupo de jóvenes hispanas/os que hoy estudian en universidades de esta ciudad pero que vienen de otros estados. Es importante mirar en todo el país qué oportunidades puede haber ya que éstas pueden cambiar de año en año y, lo que fue bien para una hermana o un primo hace 4 años, por ejemplo, ya no es una opción. Por lo tanto, cuando se informen sobre estas cosas, consideren abrir el rango para que sus jóvenes puedan encontrar una opción que les permita estudiar sin tener que hacer un desembolso extremo de dinero, ya que no siempre todas las opciones de becas están a nuestro alcance. Cerca de casa puede que sea mejor, pero no va a ser posible a veces.
La segunda parte de esta difícil decisión es algo engañosa, ya que no es acerca de cómo estudiar para un examen o una prueba, sino de cómo usar el tiempo en la universidad. Una de las cosas más importantes de las que me he dado cuenta es de la diferencia en experiencia entre estudiantes de nuestra comunidad y de otros grupos. Cuando reviso la experiencia de mis estudiantes en uno de mis cursos, me doy cuenta de que, a la misma edad, las/los jóvenes de nuestra comunidad han acumulado mucha menos experiencia que quienes pertenecen a otros grupos. Esto es muy evidente cuando se compara esa experiencia con estudiantes de raza blanca, quienes han estado haciendo servicio comunitario en sus iglesias, trabajos de verano en programas comunitarios o compañías locales, etc. En la universidad, estas diferencias se hacen más evidentes ya que, mientras nuestras/os jóvenes trabajan mucho para apoyar a sus familias, estudiantes de otros grupos usan todas las oportunidades para hacer trabajos en prácticas (o “internships”) en los que obtienen experiencia relacionada con la profesión que quieren tener en el futuro. De este modo, se genera una diferencia de base en cuanto a la experiencia y no a las notas o grados que obtienen estudiantes pertenecientes a uno u otro grupo. Si se ayudan como familia, también deben considerar que sus jóvenes necesitarán ayuda para poder competir en el futuro, facilitando oportunidades para que puedan tomar esas opciones de trabajo en prácticas y mejorar su nivel de experiencia.
Por último, queda la pregunta más difícil, la de “¿por qué estudiar?”, dado que muchas familias ven esto más como una opción que como una necesidad. Además, hay muchos mitos sobre lo que proporciona tener un título universitario, y estos mitos son repetidos a veces incluso por las propias universidades, que en definitiva, son parte de una industria hoy en día. Y esta industria repite muchas consignas, como que tener un título universitario nos da acceso a un mayor salario y mejores condiciones de vida. Y, aunque eso puede ser verdad para muchas personas que obtuvieron un título universitario en el pasado, no tiene que ser necesariamente así ahora que muchas más personas obtienen uno. Así que yo no les voy a hablar de mitos y de supuestos, sino de la única razón por la que yo recomendaría a alguien que estudiara una carrera universitaria: para tener más opciones. Así de simple. En el mundo de hoy, tener una carrera universitaria no es garantía de casi nada, aparte de tal vez haber adquirido una deuda que va a tomarles un tiempo pagar. Pero lo que sí provee una educación universitaria es incrementar las opciones en la vida. Y si, a la vez que estudiar, se adquiere experiencia valiosa, las oportunidades son muchas más.
Cuando se encuentren frente a esta decisión, tómense un momento para considerar estas tres preguntas, sobre todo la tercera, ya que, en el fondo, dar a las generaciones futuras más oportunidades es la razón por la que nos esforzamos tanto como familias.
Federico Gómez Uroz es Educador y Psicólogo