Federico Gómez Uroz/ Memphis
Desde que tenía catorce años y empecé a tomar decisiones por mí mismo, siempre he oído a mis mayores repetir que hay que tener cuidado con las malas compañías. Al parecer, esas “compañías” te pueden hacer perder el rumbo y acabar haciendo cosas que tú, normalmente, no harías si la decisión sólo dependiera de tí. Y, aunque han pasado casi tres décadas desde entonces, hoy me sigue pareciendo igual de confuso escuchar a alguien usar esta expresión. Será porque después de los cuarenta uno mira para adelante y empieza a plantearse si lo que queda no es más que un reflejo de lo que ya ha pasado (otros veinte y tantos años de trabajar y trabajar), o tal vez porque en todo este tiempo no me ha quedado muy claro qué compañías son malas y cuáles son las buenas. Aquí es donde reside mi problema.
Es fácil reconocer que juntarse con personas dedicadas a llevar una vida criminal no es una buena idea. En esto mucha gente estaría de acuerdo. Pero, hay que pensar que hay muchos tipos de crimen y que, en realidad, sí que nos juntamos con gente cuya moralidad es reprochable. Si alguna vez tienen la oportunidad de ir a una de esas galas que salen en los periódicos, en las que gente de reconocimiento, líderes de organizaciones, pastores con dinero, representantes y otras personas de la esfera política, o simplemente gente rica e influyente se juntan para cenar y recaudar donaciones y apoyar una gran causa, seguramente se encontrarán en compañía de personas excelentes. Pero, también, con toda seguridad, se encontrarán junto a gente que heredó fortunas producto de actividad criminal, del esclavizamiento de otros seres humanos o de simplemente explotar las desigualdades del sistema para mantenerse donde están.
Estarán cenando en la magnífica compañía de gente que evade capitales para pagar menos impuestos de los que les corresponden, que han explotado a quienes empleaban, siempre dentro de la ley, claro, y luego cerrado empresas y echado gente a la calle para preservar su patrimonio y su margen de beneficios. Estarán junto a representantes que negocian con las vidas de las gentes a las que deben servir, que aceptan contribuciones de organizaciones que realmente no quieren el bien común, sino el propio, y que trabajan con otras de las buenas personas del grupo anterior para el “progreso y desarrollo” de sus ciudades o regiones, siempre ayudando en el intrincado proceso por el cual el dinero público, sí, el suyo y el mío también, termina en manos privadas, gestionado por compañías privadas, enriqueciendo a entidades y personas privadas. Este grupo de gente difícilmente sería reconocido como mala compañía, ¿verdad? Tal vez puedan entender mi confusión un poco.
Otro grupo que tradicionalmente se considera “mala compañía” es aquel que está formado por personas que hacen mucho ruído en contra de las injusticias sociales. Estas son personas “agitadoras”, “antisistema”, gente “sin nada mejor que hacer” o, como diría un familiar mío, “comunistas”. Este es el tipo de gente que te puede meter en problemas porque se mete en problemas con la ley, con las estructuras económicas, con el poder político y sus representantes, y, en general,con mucha de la gente presente en alguna de las galas “Caritativas” de las que les hablaba antes.
Juntarse con estas “compañías” es invitar a los problemas a entrar en tu vida, según el conocimiento popular. Y, sin embargo, este grupo de personas arriesga su comodidad y la de sus familias para formar sindicatos, denunciar la corruptelas de gente supuestamente al servicio del bien común, protestar contra las prácticas perniciosas de las corporaciones y contra la guerra, organizar sistemas de apoyo y ayuda para las personas desfavorecidas y dar de comer a quien tiene hambre y de beber a quien tiene sed; en su compañía tienes que prepararte para defender los derechos de personas a las que la sociedad quiere negar la existencia y la dignidad, y para promover acciones que hacen nuestras sociedades más humanitarias y menos individualistas. Este grupo de gente son, aparentemente, “malas compañías”, y muchos amigos y familiares te recomiendan que no te metas en problemas por andar con este tipo de gente. Y esto me confunde aún más.
Lo bueno de hacerse mayor es que se van aprendiendo ciertas cosas por la experiencia. Y, sin embargo, también es cierto que muchas personas eligen conformarse con una visión del mundo donde quiénes son las buenas y las malas compañías es un conocimiento aceptado. Este tipo de gente acepta, apaciblemente, con tranquilidad, con “mansedumbre”, cómo se les presentan las cosas y lo que se les dice. Y, supongo, que esto está bien si lo que se quiere es heredar la tierra en el sentido de las escrituras. Pero, si lo que se quiere es un mundo más justo e igualitario, donde se trate a todas las personas con respeto, donde cada ser humano tenga dignidad, donde algunas personas no sean más que otras sólo porque tienen más que otras, donde cada persona tenga un asiento en la nave que ha de llevarnos al futuro, entonces hay que buscar a estas últimas malas compañías; esas que no son mansas; esas que protestan contra lo que es injusto; esas que alzan la voz y tienden la mano y dicen a sus amistades, como decía Benedetti, “si te salvas… no te quedes conmigo”.
Hay que buscarse algunas malas compañías con las que intentar hacer de este mundo algo mucho mejor. Porque sí, se puede.
Federico Gómez Uroz es Educador y Psicólogo
ILUSTRACIÓN: BANKSY