Federico Gómez Uroz/ Memphis
Una de las cosas que más me maravilla de esta experiencia que es estar vivo es la capacidad humana para ayudar a otras personas. No es algo que pueda definir fácilmente ni comprender en toda su amplitud. Pero, sé que es difícil presenciar un acto de bondad, bien sea individual o colectivo, y que no quede una marca en la conciencia, un recordatorio indeleble de algo que es profunda y esencialmente humano.
Escribo sobre esto porque, durante la última semana y media, miles de inmigrantes centroamericanos, que habían sido encerrados tras haber pedido asilo, fueron sacados de los centros de detención con poco más que las ropas que llevaban puestas y un sobre conteniendo su notificación para aparecer ante la corte de inmigración. Tras lograr un billete de autobús para llegar hasta donde tuvieran familia o amistades que les pudieran acoger, cientos de estas personas, en su mayoría mujeres con niñas/os, pasaron por esta ciudad haciendo escala obligada en su viaje hacia diversos destinos finales distribuidos por una docena de estados, y se encontraron con un grupo de personas que se organizaron rápidamente para ofrecerles apoyo, algo de comida y agua, ayuda con la información de sus trayectos, ropas y otros suministros para el camino.
Muchas de las personas que han visto la escena repetida de estas familias migrantes llegando a la estación, incluyendo el personal de esta instalación, han podido tener la impresión de que quienes ofrecían esta ayuda pertenecen a alguna organización que se dedica a trabajar haciendo esto de manera regular, pero, aunque es cierto que todas estas personas se dedican al activismo de base, este apoyo ha sido el resultado de la colaboración espontánea entre un grupo de gente con una gran vocación de servicio, motivada por su deseo de hacer de esta una sociedad mejor y que ha tenido el apoyo de otras muchas personas a través de donaciones de suministros, dinero y tiempo. Y esta tarea aún continúa, dado que la crisis no ha pasado. A diario siguen llegando entre setenta y cien personas (a veces más) prácticamente con lo puesto, tras haber pasado tiempo en centros privados de detención bien conocidos por sus precarias condiciones.
Estas personas que ponen su tiempo, su corazón y sus manos al servicio de otros, tienen todas un trabajo, familia, una vida con las mismas complicaciones y azares que el resto. Y, sin embargo, eligen hacer un esfuerzo y buscar el tiempo para trabajar por mejorar el mundo a su alrededor. Elegir es, en mi opinión, la palabra clave. Ante un mundo a menudo caótico y bajo la presión de una sociedad de consumo clasista y frenética, se puede elegir hacer algo que, en ese contexto, puede acabar siendo un maravilloso acto de rebeldía: se pueden elegir la bondad y la colaboración frente a la confrontación y al individualismo; se puede elegir tender la mano en vez de mirar hacia otro lado; se puede elegir la integridad en lugar del miedo. Se puede elegir.
Tal vez pueda parecer ofensivo que les pregunte sobre cómo han elegido vivir sus vidas. Podría interpretarse como si estuviera haciendo una comparación impropia entre esas personas y ustedes. Pero, ¿acaso no es una pregunta importante que debemos hacernos? ¿No es fundamental, en un momento en el que vivimos rodeados por el discurso miserable de los voceros del odio, que nos planteemos si lo mejor no será aquello que nos hace mejores como colectivo y no lo que simplemente nos salva como personas individuales? Piénsenlo. Piensen si, por aceptar los límites en los que se nos han enseñado a vivir, no estamos perdiendo una de las habilidades que nos ha traído hasta aquí, la de sobrevivir en grupo.
Creo que es hora de apostar por la bondad para acabar con las estructuras que producen las desigualdades que sufrimos; hora de ponernos a trabajar para mejorar nuestras vidas a través de mejorar las vidas de todas las personas con las que compartimos este planeta. Es el momento adecuado para unirnos y construir conjuntamente sociedades inclusivas de verdad y descubrir caminos que vayan más allá que de la casa al trabajo, lugares donde encontrarnos con quienes realmente somos: humanidad heredera de un pasado complejo y responsable por un futuro común.
Como dije al principio, es difícil definir la bondad y comprenderla en toda su amplitud. Pero un buen lugar donde empezar es prestar sus manos al trabajo continuo y, muchas veces, poco reconocido de ayudar a otras personas que han quedado atrapadas en los engranajes crueles de la sociedad que habitamos. Si le echan ganas y lo hacen, van a encontrarse con gente increíble como Cristina Condorí, Iván Flores, Nour Hantouli, Edith Ornelas, Laura Coleman, Lee Coleman, Hunter Dempster, Nicole Dávila, Doubi Jenheather, Ann Schiller y muchas otras personas que ofrecen también sus manos, su tiempo y sus habilidades sin reparos. Nombro a estas personas aquí porque mucho del trabajo que han hecho en los últimos diez días ha sido anónimo, como en muchas otras iniciativas en las que han participado, y me gustaría reconocerles el esfuerzo que han puesto esta vez para organizar y proveer la ayuda que aún se está prestando a esas familias provenientes de los centros de detención a su paso por Memphis, en su peregrinaje hacia un futuro mejor.
Anímense a ofrecer lo que puedan, que para la bondad nunca sobran manos.
Federico Gómez es Educador y Psicólogo
Si quieres ayudar con donaciones o como voluntario, envía un email a: memphisfeministcollective@gmail.com.